Un día de descanso—Aspiraciones arqueológicas—Una misión arruinada—Los indios Kiliwa—Una fortaleza aborigen—Otra caminata reseca—Agua por todas partes—La advertencia de P. Baegert—¡Una re-fotografía encontrada!—Luego perdida—¡Luego encontrada!—Las lecciones aprendidas—Un paisaje inalterado—Diversión fotográfica en el campamento—Otros análogos históricos
Junio 7, Campamento la Grulla, 6 am
El día de hoy esperamos dar un breve paseo después de la mortal caminata de ayer. Todos estamos aun recuperándonos de la caminata de regreso. John y yo nos dirigimos de nuevo a la pradera con la esperanza de encontrar una oportunidad para volver a tomar la foto de Borell de la “antigua pradera” (4808)—la única que dejó de La Grulla, pero que todavía no hemos localizado ni siquiera después de muchos días de observación de la pradera. También esperamos ver algunas ruinas de una misión católica del siglo XVIII sobre la que hemos leído y cuyo paradero Don Rolando insinuó podría conocer. La perspectiva de jugar a los arqueólogos nos entusiasma a John y a mí.
La historia del asentamiento en la península se remonta a los misioneros católicos, cuyos primeros sacerdotes, los jesuitas, llegaron a finales del siglo XVII. Los jesuitas, tanto españoles como alemanes, operaban en la península a las órdenes del gobierno español, y en lo que respecta a los misioneros, éstos eran bastante benignos. Sorprendentemente había pocos indígenas aquí, y la falta de recursos para construir, combinada con la severidad del clima, moderó las aspiraciones más grandes. Para 1758 sólo había ocho misioneros alemanes y cuatro españoles en la Baja California, y “la mitad de ese número habría sido suficiente para atender las necesidades espirituales de los indios” (Brandenburg XIV). Los misioneros que iban a la península-a la que llamaban “Vieja California” o simplemente “California”, sin distinguir entre alta y baja-partían del México continental por el Golfo de California en canoas de madera. El jesuita alemán Johann Jakob Baegert describió la travesía en 1751 en “un árbol hueco” o “un pequeño barco de una sola pieza” [Baegert 11]. El viaje duraba dos días. La vida de los misioneros en Baja estuvo plagada de dificultades, por no decir otra cosa, y el relato del P. Baegert contiene descripciones detalladas de muchas de ellas. Pero, lejos de acobardarse, los misioneros siguieron trabajando aquí hasta que fueron expulsados a la fuerza por el gobierno español en 1767, que los sustituyó por misioneros dominicos y franciscanos que para entonces, habían convertido la penuria en una vocación: “Sólo porque los indios sean menos numerosos, no se les debe dejar desamparados”, escribió. “Cuanto más abandonado está un pueblo, cuanto más miserable es la tierra en que vive, más digno es de compasión…El amor propio no tiene ningún valor aquí” (XIX-XX).
Estos primeros misioneros establecieron misiones sobre todo en la mitad sur de la península: pocos llegaron hasta el norte de la Sierra de San Pedro. Fue hasta finales del siglo XVIII, tras la expulsión de los jesuitas, que los misioneros intentaron colonizar la Sierra de San Pedro. La más famosa de ellas es la Misión de Santo Domingo, al sur de esta pradera. Pero en 1991, un equipo arqueológico que estudiaba las pruebas de la cultura indígena prehistórica se sorprendió al encontrar también las ruinas de un lugar llamado Casilepe, “el lugar de la primera misión de San Pedro Mártir” (Foster 31). Parece que los misioneros sí intentaron asentarse en La Grulla, tras revisar algunas evaluaciones anteriores. Los investigadores basaron sus conclusiones en los restos de “pilares” o bloques de cimentación de granito extraído dispuestos en un gran rectángulo, claramente destinados a enmarcar una estructura mayor (Foster 33), situados en el extremo norte de la pradera (Minnich 640). La misión sería bautizada como Misión de San Pedro Mártir de Verona y fue encargada por el gobernador José Joaquín de Arrillaga, cuyos agentes identificaron la pradera de La Grulla, como una aparentemente habitable “pradera rodeada de bosque”, como un sitio adecuado en 1794. Su comisión fue “proceder con el propósito de reducir [convertir] a los paganos que permanecían salvajes en la Sierra” (32). Sin embargo, los misioneros pronto informaron de las dificultades: las cosechas congeladas y las “molestias” sin nombre les obligaron a trasladarse a otro sitio a una elevación más baja en el mismo año.
A pesar de las penurias de los misioneros, los indígenas Kiliwas, vivían en la pradera desde la prehistoria. Los arqueólogos afirman haber encontrado siete yacimientos en los márgenes de La Grulla, que consistían de cerámica, superficies de molienda y restos de piedra que indican la fabricación de herramientas. Incluso han encontrado algo de arte rupestre. El patrón de estos hallazgos “es consistente con pequeños grupos familiares” que “utilizaron el área estacionalmente durante muchas generaciones” (Foster 35). Los Kiliwas son históricamente “cazadores y recolectores nómadas” que se alimentaban enteramente de la flora y fauna silvestre de la Sierra. Comían corazones de agave y yuca, y asaban mezcal. Es probable que no habitasen permanentemente en las praderas más altas, por las mismas razones por las que los misioneros se fueron: el frío (Minnich 641).
A los misioneros dominicos de la Sierra les fue peor que a los jesuitas de otros lugares. A diferencia de los indios del sur, con los que los jesuitas habían convivido más o menos pacíficamente durante décadas, los Kiliwas en la Sierra se mostraron mucho más resistentes, atacando las misiones, “matando a los hombres y expulsando al ganado” (Minnich 641). Ya en 1906, Nelson incluyó a los nativos hostiles entre las razones del fracaso de la industria. La supervivencia de los Kiliwas como cazadores-recolectores incluso hasta el día de hoy parece extrañamente improbable: a pocas horas al sur de Los Ángeles, la gente vive como lo hizo durante miles de años. Es probable que esto se deba al fracaso temprano de las misiones, que, como la mayoría de los otros intereses de la región fueron expulsados por un entorno duro y no estuvieron allí el tiempo suficiente ni en número suficiente como para erradicar por completo a los habitantes originales, ya sea por enfermedad o por apropiación cultural. Las montañas han sido para ellos como una fortaleza. Como resultado de su largo aislamiento aquí, estos indios y los Paipai, en la Sierra de Juárez justo al norte, “son los últimos pueblos nativos que hablan sus lenguas y practican la economía de la caza y la recolección en las Californias” (658-59). En 1960, había unos 60 Kiliwa viviendo en la Sierra, y en la actualidad alrededor de unos 100-“casi toda la población existente”-que viven actualmente en el Ejido Kiliwa, al habérseles concedido tierras como parte de las reformas.
Junio 7, 9 am, Pradera La Grulla
Los guías de Don Rolando nos llevaron desde el campamento a un viejo cortavientos de piedra a media hora caminando, en el extremo norte de la pradera bajo la sombra de unos pinos y enclavado entre unos grandes cantos rodados el cual probablemente fue utilizado por los vaqueros que pastoreaban ganado en el prado. John piensa que tal vez sea un corral de cerdos. Vemos nidos de Golondrinas Risqueras en soportes cerca de los cortavientos y vemos golondrinas en la zona, pero no somos capaces de ver a ninguna entrando o saliendo de los nidos. En cualquier caso, este no es el sitio que estamos buscando, y ya que estamos operando con sólo la información más vaga, decidimos perseguir la oportunidad de re-fotografiar. También esperamos encontrar lugares para re-fotografiar una de las fotografías de Carpenter—una que el Dr. Brad Hollingsworth, del Museo de Historia Natural de San Diego, ya ha vuelto a fotografiar, pero que estamos decididos a conseguir, sobre todo teniendo en cuenta nuestra falta de suerte hasta ahora. Al parecer, está tomada desde el borde de la pradera, bajo la cobertura de los árboles, y presenta unas cuantas rocas distintivas, una de ellas partida en dos como un pan de hamburguesa gigante. Esta, de todas, parece la más distintiva, así que somos optimistas.
Perdemos a Don Rolando, que, sospechamos, ha encontrado un árbol para dormir. Nos dirigimos hacia el perímetro sur de la pradera, creyendo que allí tendremos suerte, después de haber recorrido el borde norte de camino a La Encantada y no haber visto nada. Volvemos a pasar por los lechos de los “lagos” que se han ido secando-los restos salados de antiguos lagos quizás mucho más grandes. El explorador español Longinos los detalló en su viaje de botánica por aquí en 1791, al igual que todos los que pasaron por aquí. En aquella época, estas “grandes aguas” se consideraban sagradas para los indios, que creían que beberlas te mataba inmediatamente. Longinos puso fin a esta “superstición”, primero analizándola “por si la creencia se originaba en que estaba impregnada de minerales o partículas que pudieran haber causado la muerte de alguna persona”. Tras comprobar que el agua, procedente de los arroyos de las montañas cercanas, no contenía nada insalubre, él y sus hombres la bebieron (40).
Recorremos toda la extensión de la calurosa y seca llanura en busca de esta maldita foto de Carpenter durante las siguientes dos horas y media, y mientras nuestro suministro de agua disminuye, pienso con frecuencia en la descripción de Longinos del “agua dulce y clara” de la pradera (39). (Intento no pensar en cómo él y sus hombres obligaron a los indios “supersticiosos” a bañarse en sus lagos sagrados “para mostrarles su error”).
A pesar de su carácter distintivo, los cantos rodados de Carpenter son esquivos. Después de un tiempo, como la línea del horizonte de Borell, todo parece igual en este paisaje irradiado, bajo un cielo que el P. Baegert describió acertadamente como si estuviera “hecho de acero y bronce” (20). “No es necesario”, escribió, “tener miedo de ahogarse en California, pero es fácil morir de sed”. En consonancia con el lugar en el que se encontraba, Baegert era un gran y elocuente quejoso, y en estos momentos es fácil ver la combinación entre el paisaje y su desolación espiritual-una “tierra afligida” (15) en la que “amenaza veinticuatro veces antes de llover una sola vez” y en la que el agua, cuando llega, desaparece en la tierra, dejando tras de sí poco excepto “innumerables sapos” (21). (Creo haber visto esos sapos).
A medida que avanzamos, el agotamiento aumenta. Vemos un aspirante a la formación de Carpenter y nos pondremos en marcha con entusiasmo, sólo para decepcionarnos después de muchos intentos de “amarrarlo”: es decir, de hacer que se ajuste a nuestros deseos. Los cantos rodados serán cantos rodados (“rocas sin valor”, los llamaría el P. Baegert). Y no importa que deseemos nuevas formas y tamaños, no se moverán. Además, la escala de la pradera hace que todo sea un reto. Para ver bien una formación rocosa prometedora, a veces hay que caminar media milla, y luego rodearla (otra media milla) por si se presenta un ángulo mejor.
Las fotos que trajimos son bastante pobres: debería haber pedido al MVZ escaneos de alta resolución. Cuando se trata de líneas de horizonte en montañas que resultan uniformes e indistintas, los pequeños detalles importan, y éstos pueden borrarse en un escaneo de baja resolución. Otra nota para la metodología.
Eventualmente, nuestros espíritus se animan cuando John localiza la línea de la cresta en la #4808 de Borell, “La Grulla-antigua pradera,” en el extremo sureste de la pradera. Pasamos otra media hora bajo el sol abrasador de Baja tratando de hacer coincidir nuestra foto con esta cresta. Hago unas cuantas fotos, tanto en color como en blanco y negro, pensando que lo tenemos, más o menos. Pero como con la foto de San Telmo, algo no está bien. Algunos cantos rodados en primer plano de mi vista no están en el original, y de nuevo no se puede explicar por algún fenómeno geológico fantástico (enterrado en arena aluvial; movido por el agua o la nieve; raspado por la nieve y el hielo; expulsado de la montaña por los gigantes; etc.). Mis escasos conocimientos de geología sólo me meten en problemas al darme más formas de justificar la imprecisión de esta localización.
No estoy satisfecho, a pesar de que sabemos que la línea de cresta es correcta. Tal vez sea algo académico, pero mientras John se lanza a la búsqueda quijotesca de las escurridizas rocas Carpenter, yo sigo trabajando en el horizonte para conseguir la toma correcta. Se me ocurre que hemos estado demasiado cerca de la montaña: la línea de pinos frente a ella demasiado alta, los cantos rodados no están en los lugares adecuados, etc. Al caminar hacia el norte, la línea del horizonte empieza a coincidir con la línea de árboles de la foto.
Aunque un exceso de imaginación puede ser un problema, se necesita algo de imaginación para eliminar los árboles viejos o incorporar los nuevos que hayan surgido. Se convierte en una forma de habitar el paisaje a lo largo del tiempo, viendo lo que es en relación con lo que fue.
Finalmente, después de caminar unos 800 metros más allá de nuestra ubicación original, nos acercamos al extremo este de la pradera y al arroyo que seguimos hasta La Encantada. Empezamos a ver lo que vieron Lamb y Borell: ellos también siguieron este arroyo entre los prados. Tiene sentido: ¿por qué iban a atravesar la pradera para hacer una foto de una montaña? Esto significa que estaban saliendo de la pradera o entrando en ella. Allí, en la desembocadura del arroyo donde comienza la pradera, todo se alinea perfectamente. Tal vez recordaron de repente que no habían documentado el paisaje, así que tomaron una rápidamente al salir (después de todo está un poco borrosa). O tal vez fue lo primero que hicieron al llegar. Una vez más, hay datos en las fotos más allá de lo que se representa: tenemos que intentar pensar como los fotógrafos originales. No sólo dónde estaban cuando la tomaron, sino por qué estaban allí, qué estaban haciendo, cuál era el objetivo de la foto, qué esperaban comunicar. Es importante tratar de no divorciar las fotos del contexto de trabajo de campo en el que fueron tomadas. Estamos aprendiendo, pero lentamente: ¡ayer pasamos por delante de este lugar! En sus mapas dibujados a mano, tanto Lamb como Borell señalaron que éste era también el lugar de su campamento de La Grulla.
A pesar de nuestros numerosos errores, del cansancio, de la promesa incumplida de no ir demasiado lejos hoy y de la falta de agua (¿por qué parece que nunca tenemos suficiente?), parece una gran victoria.
La foto revela, de nuevo, que poco ha cambiado en los 92 años transcurridos. Parece que ha surgido una línea de nuevo crecimiento frente a los pinos más viejos del horizonte. Quizás haya más hierba ahora, y el arroyo arenoso ha alterado un poco su curso, debido probablemente a la sedimentación, y ahora deja una huella ligeramente diferente en el primer plano. La vista es casi como la habrían visto Borell y Lamb, quizás con más cobertura de árboles que antes. Las hierbas de la pradera son muy parecidas a las que ellos describieron. Lo más sorprendente es que el lugar nunca ha sido talado. Los árboles que aparecen en las fotos y que han caído desde 1925 están donde cayeron, no han sido aprovechados, como se puede ver en este detalle. Y los árboles vivos son enormes, con copas de pino intactas. John dice que es uno de los hábitats más intactos que ha visto.
Estamos eufóricos por conseguir la toma. Incluso he reproducido sin querer el ángulo sesgado de Borell, lo que sugiere que tanto Borell como yo somos aficionados. ¡Al menos la mía no estaba borrosa!
Junio 7, Campamento, La Grulla, 2pm
Llegamos al campamento mucho más tarde de lo que nosotros o cualquiera esperaba para otra deliciosa comida de guiso de verduras y tortillas. Mientras nos afanábamos en la calurosa pradera por segundo día consecutivo, James y Whit jugaban de forma más inteligente, capturando pájaros alrededor del campamento. Las notables sumas al inventario incluyen: Jilguerito Pinero, Papamoscas Garganta Ceniza, Chipe Negrogris, Papamoscas Amarillo del Pacífico, y Colibrí Cabeza Roja. ¡Incluso vieron a un coyote bebiendo del arroyo! Cielos. Pasamos una tarde bien merecida para hacer notas de campo y un breve viaje de vuelta al agujero de pesca. Atrapo una trucha de 6″ con la caña de 6 wt. de James con una ninfa. Una verdadera luchadora.
Más tarde, recreamos algunas de las fotos más divertidas de Carpenter. Su diario fotográfico de recortes (evidentemente nunca lo publicó) tiene retratos de miembros del grupo con apodos como “Alkali Ike,” “La Hormiga,” and “el Perezoso.” Estos apodos se han convertido en bromas durante nuestro viaje, en parte porque una foto en la que aparecen Alkali Ike y un hombre llamado “Pike” se parecen mucho a James y a John. Whitney, por supuesto, es “la hormiga” para el “perezoso” de Devon. Con tantos análogos históricos entre los que elegir, desde científicos de campo como Lamb y Borell y Huey, hasta exploradores como Hormiga, Perezoso, Mike, Ike y el profesor de inglés de la Universidad de Pomona, el Dr. McCully, no puedo evitar pensar que caminar por estas montañas es como volver a contar una vieja historia. Tenemos nuevos medios de transporte, equipos y preguntas de investigación, pero estamos recorriendo un camino bien trazado de la historia. Para que la historia cambie radicalmente, el paisaje tendría que haber cambiado.
Hablando de análogos, bromeamos con Devon, el más joven de nuestro grupo, diciendo que un precedente igual de bueno para él es John, el “pobre chico” que, junto con Laurence Huey, en 1923, se pasó el viaje “sollozando y llorando” por la nostalgia (6/14/1923). (Al parecer, Devon, un fornido jugador de béisbol universitario, puede soportar cualquier cantidad de burlas). Esperamos que ninguno de nosotros tenga su análogo histórico en Pingree Osburn.
Terminamos las aventuras fotográficas del día con una foto grupal en el campamento.
La cena de guisado, frijoles y tortillas frescas: nuestros suministros de alimentos funcionaron bastante bien, aguantando todo el tiempo. Estoy en la cama a las 8 pm, exhausto. Mañana regresamos al Rancho Meling.